Em meio rural, pobreza e desigualdade de género são realidades que atingem mais mulheres do que homens. De facto, ao contrário do que pretendem os que "romantizam" a vida "no campo" associando-a a um certo bucolismo, a vida em meio rural, para quem sempre aí viveu, penaliza as mulheres de forma particularmente acentuada, expondo-as à prática de representações sociais e de costumes que dominam e diminuem a sua individualidade, em nome de uma organização societária que privilegia o poder público masculino (com todas as consequências que isso implica!) e que a secundariza em função do conservadorismo daí decorrente, perpetuado de geração em geração. Viver no campo com prazer é, por isso, atualmente, um "luxo" dos que optam culturalmente por essa alternativa, com o objetivo de ganharem a qualidade de vida que todos sabemos diminuída pelo ar diversamente poluído das cidades... uma alternativa que, na verdade, seria útil e importante garantir a todos: para repovoar regiões desertificadas, ocupar e dinamizar o território e permitir que a concentração urbana deixasse de ser, apenas!, o reflexo do êxodo rural a que o desemprego obriga... Contudo e apesar do que os discursos mediáticos nos induzem a pensar, a população é ainda, de forma global, rural... e se por todo o mundo mas, também na Europa e, de forma particular, em Portugal, o meio rural é um reduto de desigualdade para as mulheres, é importante que as práticas que determinam esta realidade, sejam identificadas, assumidas e combatidas. A OIT e a comunidade internacional reconhecem a importância do problema e, por isso, vale a pena ler o excerto do texto que passo a transcrever, da autoria da Organização Internacional do Trabalho (e que, AQUI pode ser lido, na íntegra):
"(...) Cerca de 70 por ciento de los pobres del mundo está concentrado en las
comunidades rurales. Estas comunidades que dependen de la agricultura, la
silvicultura, la pesca, la ganadería para ganarse la vida. Dentro de estas
comunidades, los más pobres entre los pobres son con frecuencia mujeres y
jóvenes que carecen de un empleo decente y regular, que padecen hambre o
malnutrición, y que tienen una falta de acceso a la salud, la educación y los
bienes productivos. Aunque las desigualdades de género varían de manera
considerable entre las diversas regiones y sectores, existen pruebas de que, a
nivel mundial, las mujeres se benefician menos del empleo rural - bien sea
trabajo por cuenta propia o remunerado - que los hombres.
Existen diversas causas. En primer lugar, las mujeres están empleadas de manera
desproporcionada en trabajos de baja calidad, incluyendo trabajos en los cuales
sus derechos no son suficientemente respetados y la protección social es
limitada. Otra razón, relacionada con la anterior, es que las mujeres reciben
salarios inferiores que los hombres (cerca de 25 por ciento menos, para ser más
precisos). Esto no significa que trabajen menos, al contrario. El problema es
que gran parte del trabajo que realizan no es valorado ni remunerado como
corresponde. De hecho, muchas mujeres rurales son trabajadoras familiares no
remuneradas. Esto no sólo reduce su ingreso laboral, sino que además puede
aumentar su nivel de estrés y fatiga.
La desigualdades de género en el empleo rural existen y persisten debido a
una serie de factores sociales, económicos y políticos interrelacionados. Sin
embargo, existe una causa específica que supera a todas las otras: el papel
invisible, pero poderoso, de instituciones sociales que debilitan a un sexo
frente a otro. Esto incluye las tradiciones, las costumbres y las normas
sociales que rigen el complejo funcionamiento de las sociedades rurales, y que
actúan como limitante de las actividades de las mujeres y restringen su
capacidad de competir en igualdad de condiciones con los hombres. No queremos
decir que las mujeres que viven en las ciudades no sufran la pobreza, pero el
contexto rural suma una presión extra sobre la igualdad de oportunidades.(...)".
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